Leer para creer

Steve Jobs: La Biografía
Steve Jobs: La Biografía

La lectura compulsiva es una disfunción que me sobreviene cada cierto tiempo. A veces leo sólo 3 o 4 libros en un año y, otras veces, leo más de 40. Cuando entro en racha leo de media más de uno a la semana y sin embargo, hay períodos en los que un libro me dura más de seis meses. He intentado analizar objetivamente los factores que se dan para que entre en fase de lectura compulsiva o por el contrario caiga en el letargo literario. He analizado los factores típicos como estrés, trabajo, relaciones, problemas, economía familiar, etc. y no he conseguido deducir a qué se debe uno u otro estado.

El caso es que llevaba meses estancado con tres libros empezados y no me apetecía acabar ninguno, así que no estaba leyendo nada salvo los periódicos por la mañana. A fuerza de ver publicitada la biografía de Steve Jobs por todas partes, he acabado picando y me la he comprado. Hace ya más de dos años que no compro un sólo libro en papel. Desde que tengo el Kindle todo lo que he comprado ha sido en formato digital por dos motivos: primero, por su inmediatez -lo quiero ahora, lo pago ahora, lo tengo ahora- y segundo, porque es más barato y no se puede prestar y por tanto yo ahorro y a mis amigos les ahorro el tremendo esfuerzo de acordarse de devolver un libro prestado.

El libro me lo he devorado; merece la pena. Para quién no conozca la tecnología whispernet, es uno de los mejores inventos de los últimos años. Yo tengo un Kindle en mi mesita de noche, y cuando no me duermo antes de poner la cabeza en la almohada, leo algunas páginas antes de visitar a Morfeo. Para los que no hayan oído hablar de él, el Kindle es el libro electrónico de Amazon. En el iPhone tengo el software Kindle para iPhone. El el PC del despacho y en el de la oficina tengo el software Kindle para Windows. En el portátil tengo el software Kindle para OS X y en el iPad el Kindle para iPad. En el Galaxy Tab tengo Kindle para Android, que cuiosamente es uno de los mejor conseguidos. Lo que hace Whispernet es sincronizar el libro en todos mis dispositivos, de manera que cuando acabo de leer en cualquiera de ellos, la página por la que voy se actualiza automáticamente en los demás aparatos y puedo seguir leyendo por donde iba en cualquiera de ellos sin tener que buscar la página o el párrafo concreto. De este modo, cuando un libro gusta, como ha sido este caso, lo puedes leer en un par de días a base de minutos muertos aquí y allá, siempre que lleves algún dispositivo encima, lo cual no parece sea un problema para nadie hoy en día.

En cuanto al libro, sin llegar a la altura de The Road Ahead, la primera parte de la biografía de Bill Gates, publicada a mediados de los 90, está bien escrito y es entretenido. Debo decir que me sorprende que haya pasado la censura del propio Jobs antes de morir porque, en ocasiones, el autor no lo pone especialmente bien en algunos aspectos de su vida, como por ejemplo en la higiene personal. Con ese aura que siempre se daba de persona sencilla y bien arreglada (Levi’s 501, polo negro de cuello vuelto de Issey Miyake y zapatillas deportivas Nike -antes New Balance) hay que leer para creer que fuese difícil convencerle de que se duchase más de una vez por semana.

Discursos

Discurso
Discurso

Ignoro si el discurso es un género literario en sí mismo. Es lo que tiene ser de ciencias… Lo que no ignoro es que, dentro de la literatura, los discursos son una de las cosas cosas que más me apasionan. El último que he leído, de obligada lectura para el que disfrute de un rato de divagaciones certeras con tintas cargadas, es el «Elogio de la lectura y la ficción«, discurso de aceptación del Premio Nobel de literatura Mario Vargas Llosa esta misma semana.

No es El Peruano uno de mis escritores favoritos, pero sin duda es uno de los personajes del mundo de la literatura que más me agrada, muy al contrario del noqueado Colombiano García Marquez, cuya literatura me es muy amena y cuya persona me resulta altamente desagradable. Y es que hay que ser muy mezquino, muy ruín y muy cara dura, como él, para defender un regimen de igualdades viviendo en una total desigualdad. Cabrón, si tanto te gusta el socialismo, reparte tus riquezas 🙂

A lo que iba; ya he mencionado en otros posts algunos discursos memorables que me parecen grandísima literatura. A fin de cuentas, no toda la literatura, por más que me pese, puede ser de ficción, que es la que más disfruto. Prácticamente todos los discursos de Bill Clinton son documentos de alto valor literario. No se quién se los escribe, pero en particular aquel I have sinned (he pecado) tiene que ser obra de él mismo o de alguien que estaba en ese momento en sus pantalones… si se me permite la ironía.

Otro gran maestro del discurso fue sin duda Michael Crichton. Sus discursos son fuente inagotable de datos fruto de las investigaciones que realizó para escribir sus libros y, para aquellos que disfrutamos con la literatura de ficción no descriptiva con cierta base científica, un placer sólo comparable a la primera vez que se leen algunos de sus libros.

Pero por encima de todos ellos, El Gallego que se lleva el gato al agua -aunque a diario nos vendan lo contrario los de siempre- es Mariano Rajoy. La bofetada que le ha dado a Rubalcaba, y de paso al borrego de Blanco, usando las propias palabras del Masón para meterse con su ministro de fomento, han sido gloriosas. Tenía pensado reproducir en el post las palabras de Vargas Llosa sobre el nacionalismo, pero no puedo resistirme a cambiarlas por las de Rubalcaba en boca de Rajoy, y por dos veces:

«El ministro de fomento es un inútil total que tiene dosis importantes de caradura porque siempre encuentra una excusa para no asumir sus responsabilidades».

De hecho, si aún no lo has visto, tienes que ver el vídeo.

¡Bravo Rubalcaba! Estamos de acuerdo en los calificativos, aunque no en el ministro 😉

Sube la marea

Sube la Marea
Sube la Marea

Luis tenía la costumbre de asomarse a su diminuta terraza por las tardes a ver subir la marea. Era un ejercicio de relajación, autoimpuesto como costumbre, que con el paso de los años había probado ser válido para desconectar de su rutina diaria. Para él siempre había sido un entretenimiento descubrir cada día a que hora se producía la subida de la marea. Ahora era fácil saberlo con antelación. Sólo tenía que consultarlo en Internet, pero sería como traicionar sus propias costumbres, como serle infiel a su cita vespertina con la calma.

En el esplendor de su carrera, Luis había sido un investigador brillante, un jugador de equipo, un magnífico profesional que miró siempre por el interés colectivo antes que por el suyo propio. Quizás por eso nunca obtuvo el reconocimiento que mereció durante su carrera. Pero los días de trabajo e investigación hacía ya tiempo que habían quedado atrás. Ahora la vida era más sencilla. Disfrutar del amanecer por la mañana. Aburrirse y malgastar las horas centrales del día y, su único entretenimiento real, tratar de acertar la hora a la que subiría la marea por las tardes. La pleamar y la bajamar son caprichosas y contribuyen con su comportamiento infantil a que las mareas suban o bajen en distintos momentos del día. Luís lo sabía y se tomaba como reto personal acertar -que no investigar y descubrir- lo que ocurriría cada tarde.

Si durante toda su carrera había corroborado que la mejor manera de obtener resultados homogéneos y acertados había sido la constancia en la investigación y la perseverancia en el trabajo, acertar la hora en que subiría la marea por la tarde era un ejercicio opuesto a lo que había sido su modo de trabajar durante tantos años. Se trataba de apostar, sin ninguna base científica, por mera intuición, por capricho, o bien por un conocimiento abstracto obtenido durante años de observación.

Conforme las tardes se sucedían en su retiro junto al mar y la barandilla metálica que hacía las veces de reja en su jaula dorada iba perdiendo su pintura y el óxido se hacía cada vez más visible en toda la estructura, Luis tomaba conciencia de lo que estaba haciendo en realidad: estaba descontando mareas. Lo que empezó como una forma de relajarse y tomarse las cosas con tranquilidad había acabado por inquietarle, por crearle una incertidumbre. Cada día quedaban menos mareas por acertar, y el número tendía a cero a un ritmo vertiginoso. Podía dejar de salir a su terraza a ver subir la mareas por las tardes, pero era consciente que el contador de mareas no se iba a parar porque él dejase de pulsar el botón cada tarde. Engañarse no le iba a incrementar el número de mareas pendientes de acertar. Como él mismo habría dicho en sus años de investigador, se trataba de un problema sin solución. Un problema al que había que atacar desde otro punto de vista, desde un ángulo que permitiese, si no resolverlo, si aceptarlo como parte de una ecuación mayor.

A Luís se le acababan las mareas, pero no las ganas de acertarlas. Tenía la sensación de que había malgastado su vida, de que se había dejado muchas cosas sin hacer, sin terminar, sin tan siquiera plantear. Incluso había rechazado hacer alguna de ellas y ahora le atormentaban las erróneas decisiones tomadas. Pero ya era tarde. Las mareas se acababan y no había vuelta atrás.